sábado, 11 de diciembre de 2010

PRIMERA CITA

Llegó del trabajo cansada, pero excitada y nerviosa. Era una noche muy especial y tenía un montón de tareas que realizar antes de salir a cenar. Dio de comer a la gata y regó apresuradamente las plantas del jardín. Las flores rosas del ciclamen se alzaban enhiestas como banderas. Los claveles eran derrotados por el frío del invierno. En el centro, el viejo cerezo, con sus ramas desnudas, parecía dormido, casi muerto. Cuando llegase la primavera, renacería y se cubriría de hermosas flores blancas. Después de ducharse y lavarse el pelo, se maquilló ligeramente. Le gustaba mostrarse al natural, sin trampa ni cartón, pero aquélla era una cena importante, así que se puso una sombra de ojos color gris acero y se dio un toque de coral en los labios. Su vestido era de estilo japonés, de seda roja con bordados de flores alrededor del cuello. Se puso su perfume favorito: Eclipse de luna, y salió, dejando la casa en una silenciosa oscuridad.

Cuando se dirigía hacia el restaurante, las mariposas revoloteaban en su estómago. Le había resultado muy difícil dar ese paso. Cuando una persona ha sido herida, le cuesta mucho volver a abrir el corazón y ella se había escondido tras un caparazón de desconfianza. El dolor de la traición hiere como un puñal y empuja a cometer actos desesperados. Pero le había conocido a través de internet y habían empezado a hablar de libros y de películas, y luego siguieron las confidencias y los sentimientos más íntimos. Si no hubiese existido la magia de la red, habrían vivido existencias paralelas, sin rozarse jamás.

Él estaba esperando en el restaurante, con el último libro de Ken Follet sobre la mesa, como habían acordado en su última conversación. Era mayor de lo que había dicho, pero ella también se había quitado unos años. Tenía arrugas en la frente, que mostraban las experiencias que había vivido. En su cabello negro y rizado, empezaban a aparecer las primeras canas. Sus ojos, francos y bondadosos, brillaban con entusiasmo al hablar de los personajes del libro.

Él no se reiría de ella, como los otros. Él nunca la traicionaría. Él no la miraría con los ojos abiertos por el terror, como los otros. Él no descansaría bajo el cerezo dormido, como los otros.

viernes, 10 de diciembre de 2010

TESOROS


Caminaba hacia su casa, con el carro de la compra, cuando vio un montón de libros tirados al lado de un contenedor de basura. Al principio pasó de largo, pero algo le hizo volver atrás. Había cuatro cajas llenas de libros. Eran viejos, pero estaban en buen estado. La mayoría eran libros infantiles. Había un cuento precioso de La Bella y la Bestia, relatos de aventuras de piratas y espadachines, fábulas de zorros y conejos... No podía dejarlos allí, tirados al lado de la basura, así que cogió todos los que pudo y regresó cargada a casa.

A partir de aquel momento, cuando pasaba al lado del contenedor, sus ojos se deslizaban sin poderlo evitar. Descubrió un reloj de cerámica blanca con adornos dorados, milagrosamente intacto. No funcionaba, pero decoraba con elegancia el salón. Día tras día, realizaba nuevos hallazgos: un pendiente solitario que lanzaba hermosos destellos, un gatito de peluche, de rayas negras y grises y alegres bigotes, con un agujero en la panza por la que se le escapaba el algodón, una muñeca desnuda a la que le faltaba el brazo, una llave que abría una puerta desconocida... Llegaba a casa con el carro cargado hasta los topes y subía las escaleras con dificultad. Las estancias de la casa resplandecían con la belleza de los objetos por otros despreciados.
Había gente que se reía y la llamaba vieja zarrapastrosa, pero ella sabía la verdad: rescataba del olvido valiosos tesoros, y les daba todo el amor y la admiración que merecían.