lunes, 8 de marzo de 2010

Nieve


Nos ha sorprendido la nevada. El rosal está cubierto de un manto blanco.

martes, 2 de marzo de 2010

La flor roja

Esta mañana ha venido a traerme una maceta. Es una flor preciosa, con grandes pétalos rojos, el centro es de color negro con un halo blanco que contrasta alrededor. Se llama anémona de Caen.
La flor roja alegra la vieja cocina, pero le he dicho que no vuelva. Me ha jurado que jamás se volverá a repetir pero yo sé lo fuerte que es la necesidad. En ese momento harías cualquier cosa, dirías cualquier cosa...
El policía ha vuelto otra vez a hacerme las mismas preguntas. Como si husmeara algo, ha recorrido el apartamento con su libreta en las manos.
--Así que no puede describirnos los rasgos de su agresor...
--Llevaba una gorra que le tapaba la cara.
--Pero según las heridas, el atacante se encontraba casi encima de usted.
--La escalera estaba oscura, todo ocurrió muy deprisa.
--Es extraño que no quedaran restos de sangre en la escalera, sólo encontramos manchas aquí, en la cocina.

Cuando éramos jóvenes nos creíamos tan fuertes, orgullosos e inteligentes...Y un día de repente ya no eres tú quién decide, solamente piensas en la siguiente dosis y en la forma de conseguirla.
Buscamos refugio en una granja, para buscar el contacto con la naturaleza. A él le gustaban mucho los animales, y ellos parecían confiar en él.
Yo me aburría como una ostra y volvimos a la ciudad. Durante un tiempo, permanecimos limpios hasta que la necesidad creció dentro de mí. Como un lobo devoraba mis entrañas, me poseía, me enajenaba. Cuando mi cuerpo se estremecía, él me abrazaba y me sostenía la frente cuando y me susurraba palabras de consuelo. Me miraba en el espejo y veía una mujer vieja, con los ojos hundidos y la piel apagada. Hice la maleta y él me acompañó a la estación y me despidió con un beso.

Cuando regresé, me di cuenta enseguida. Noté sus cambios de humor, sus idas y venidas repentinas. Y un día me ofreció y la tentación fue enorme. Por un instante eterno, dudé. Pero había estado en aquel sombrío abismo y, como una rata, abandoné el barco para no hundirme con él.

Y él llegó con ojos desesperados, suplicando porque necesitaba su dosis y después de los gritos y los golpes, una flor roja apareció en mi pecho.