Marta
se acurrucó más en su vieja manta negra. Estaba tan usada y remendada que apenas
la cubría. En el fuego sólo quedaban unos rescoldos, que calentaban una olla
con caldo y algunas verduras. Marta pensó que tenía que levantarse a buscar
algunos troncos, aunque le resultaba difícil por el frío que tenía. Finalmente,
acumuló fuerzas para salir al exterior.
Era
una noche oscura y fría. El viento arremolinaba los montones de nieve y las
ramas de los árboles crujían bajo el peso del manto blanco que los cubría. La
luna se había ocultado y las estrellas refulgían encima de las montañas. Los
animales habían buscado refugio y había una gran quietud y silencio. Se acercó
al lago, quebró la capa superficial de hielo y recogió un poco de agua en una
olla. Luego se acercó al cobertizo dónde guardaba la leña y cogió unos troncos.
Volvió enseguida a la cabaña y cerró la puerta. Tenía los pies helados y se los
frotó con la manta. Echó los troncos a la chimenea y pronto ardió un alegre fuego
que iluminó la estancia e hizo que entrara en calor. Le había caído algo de
nieve en el pelo. Se deshizo el moño y extendió su larga cabellera negra cerca
del fuego.
Conoció
a Juan en el baile de la fiesta mayor del pueblo. Era alto, moreno, guapo, con
ojos profundos negros y brillantes. La hacía reír y sus fuertes brazos la
rodeaban con firmeza. Sus padres le previnieron en contra porque vivía en la
montaña. Juan irradiaba energía y vitalidad y su fuerza la convenció y muy
pronto se casaron y fueron a vivir a su cabaña.
Aprendió
dónde crecía la genciana y la dedalera y cuál era el momento adecuado para
recogerlas, aprendió dónde se escondían los armiños y dónde poner las trampas, aprendió
a pescar truchas y a recoger las bayas de enebro y los arándanos y aprendió a
respetar y a amar la montaña.
Un
día, cuándo Juan cruzaba el río, resbaló al moverse una piedra y cayó,
clavándose en la pierna una rama que sobresalía del agua. Llegó a casa con la
ropa ensangrentada. Marta le lavó bien la herida con agua del lago, le puso un
ungüento y vendas limpias. Pero a los dos días empezó la fiebre y Juan, tan
fuerte y lleno de energía, perdió la batalla.
Sus
padres, sus amigas y el cura del pueblo le decían que volviera al valle pero
Marta sentía que allí le faltaba el aire, rodeada de casas y piedras. El
invierno era duro, con tanta nieve y el viento que te azotaba la cara y dificultaba
cualquier movimiento, pero pronto llegaría la primavera. Con el calor del sol la
nieve se derretiría, el lago perdería su capa de hielo. Los animales saldrían
de sus refugios, buscando verdes pastos. Las plantas se llenarían de flores y
los árboles de frutos.
Un
sonido como un gorjeo se oyó desde el fondo de la sala. Marta se acercó a la
cuna. El niño, con ojos negros y brillantes, se había despertado y sonreía
feliz mientras jugaba con sus piececitos.
_ Te
llamarás Juan, como tu padre.