jueves, 22 de octubre de 2015

DECÁLOGO DE NUEVAS IDEAS




He leído en el Periódico un artículo muy interesante de Juli Capella, donde explica un decálogo que escribió el famoso diseñador del I love NY, Milton Glaser, titulado Cosas que he aprendido.

Trabaja sólo con gente que te guste.
Si puedes, nunca tengas un trabajo.
Evita las personas tóxicas.
Ser profesional no es suficiente.
Menos no es necesariamente más.
No confíes en el estilo.
Tu vida cambia tu cerebro.
Dudar es mejor que tener certezas.
No te preocupes.
Di la verdad.

¿Te atreves a ponerlo en práctica?
Hay que ser muy valiente para tomar decisiones drásticas, pero a veces, si no las tomamos, estamos haciéndonos daño a nosotros mismos.
Hacer las cosas con la misma rutina nos llevará a los sitios que ya conocemos. Probar nuevas estrategias, hacer las cosas de una manera diferente puede llevarnos a nuevos hábitos que nos hagan más felices.

martes, 20 de octubre de 2015

NOMEOLVIDES AZUL COMO EL CIELO



Hace mucho tiempo vivía un gran sabio en la montaña. Dormía en una cueva, vestía una vieja túnica, se alimentaba de los frutos del bosque y bebía agua de un arroyo cristalino.
La fama del hombre sabio se extendió por la comarca y muchas personas venían para consultarle sobre diferentes cuestiones y sus respuestas eran siempre sagaces y prudentes.
Un ejército extranjero empezó a asolar la región, destrozando poblados y cosechas, la gente huyó hacia la montaña del hombre sabio, buscando su protección y sus consejos.
Cuando el jefe supo de la fama de la sabiduría del anciano, quiso conocerlo. Se plantó ante él con su armadura, vencedora en mil batallas.
--Tengo tierras, riquezas y mujeres que he conquistado con mi fuerza. ¿Qué tienes que decir a eso?
--Nomeolvides.
--He vencido en mil batallas. Los hombres me temen y las mujeres me obedecen. ¿Qué tienes que decir a eso?
--Nomeolvides.
El guerrero sacó su enorme espada y de un solo tajo le cortó la cabeza al anciano.
Luego se marchó y la gente del pueblo entre sollozos enterró al hombre sabio a la entrada de su cueva. En su tumba empezaron a crecer delicadas flores de color azul.
--Nomeolvides—murmuraban los habitantes del lugar y explicaban una y otra vez la historia del hombre sabio, sus enseñanzas y sus consejos.
Cuando el guerrero dormía en su cama, tres de sus generales le atacaron y le cortaron la cabeza. Luego se repartieron sus riquezas y sus tierras. Y su nombre desapareció como la arena en el desierto.






martes, 29 de septiembre de 2015







FRASES INSPIRADORAS




Disfruta de las pequeñas cosas, 
porque tal vez un día vuelvas la vista atrás
 y te des cuenta de que eran las cosas grandes.

Robert Braul




 Toda luz tiene su sombra. Las personas aparentemente más sencillas ocultan un mundo en el que suceden cosas impensables. Si por casualidad penetramos en él, nos invade un sentimiento de desconcierto y temor, como quien invade un jardín secreto.





AFORISMOS DE SIDDARTHA GAUTAMA




El dolor es inevitable,
Pero el sufrimiento es opcional.





El que no sabe a qué cosas atender
Y de cuáles hacer caso omiso,
Atiende a lo que no tiene importancia
 y hace caso omiso de lo esencial.





Miles de velas pueden encenderse
Con una sola vela.
Y la vida de la vela no será
Por ello más corta.
La felicidad nunca mengua
Porque sea compartida.




martes, 5 de agosto de 2014

EL BOLSO DE ANA KARENINA, de Anna Caballé




En este libro conocemos las semblanzas biográficas de mujeres muy interesantes, centrándose en detalles con un gran significado de la vida de artistas, escritoras, pensadoras…
Vladimir Nabokov, autor de Lolita, fue profesor de literatura rusa en una universidad americana. Era capaz de preguntar a sus alumnos sobre detalles de la novela Ana Karenina como por ejemplo qué es lo que llevaba en su bolso cuando iba a lanzarse a las vías del tren.
Por ejemplo conocemos la vida de Anna Ajmátova: la poeta que llora. Sufrió las consecuencias de la represión soviética, para preservar los poemas de Requiem, once personas los memorizaron, ninguno traicionó su confianza.
Tú y yo llevamos el mismo peso
de una larga y negra despedida
¿Por qué lloras? Dame tu mano
y promete regresar a mis sueños.
Somos como una montaña frente a otra…
No volveré a encontrarme contigo en este mundo.


viernes, 14 de febrero de 2014

EL ÚLTIMO DIA



En el momento en que abrí el estuche de terciopelo y vi la joya, en aquel preciso instante, creo que me enamoré.
En casa siempre me habían recomendado al heredero de los Solís. Mi madre decía que era un joven serio y atento, que trabajaba en la fábrica de tejidos con su padre. Mi abuela Victoria resaltaba sus educadas maneras, que para ella eran una prueba de la solidez de su familia. Mi padre, desde la mesa de su despacho, parapetado detrás del periódico y fumando un gran puro, no decía nada, lo que significaba mucho, ya que siempre estaba quejándose de los jóvenes, que sólo pensaban en pasárselo bien y no sabían nada de trabajo y sacrificio.
Cuando paseaba con las amigas por la calle Mayor y me lo encontraba, siempre me subían los colores, y las amigas me susurraban apretándome el brazo. Él siempre se detenía y nos saludaba, quitándose el sombrero. Llevaba un traje gris, una blanca camisa inmaculada y una corbata con un pequeño alfiler. Avanzaba a grandes zancadas, como si tuviera prisa por llegar a su destino, mientras que nosotras andábamos con pequeños pasos, dificultadas  con los aparatosos miriñaques y las grandes pamelas y sombrillas, que nos protegían de los rayos de sol. Cuando cumplí veinte años, empecé a mirar de otra manera su barbita puntiaguda y sus ojos grises.
Todo ocurrió muy deprisa, después de llegar a un acuerdo. Mi madre y yo viajamos a Paris para comprar el vestido de novia en Worth. También compramos bonitos vestidos de muselina para la mañana, vestidos de tarde para pasear y hacer visitas y espléndidos trajes de noche, con primorosos bordados y finísimos encajes.
Después de la boda fuimos a Londres, y asistimos a elegantes bailes de la alta sociedad. Se reunió con algunos fabricantes de tejido, que le escuchaban con deferencia. Hablaba muy bien inglés y me decía a mí que lo practicara. Pero yo hablaba en francés con las damas inglesas, que lo hacían infinitamente mejor que yo. En el puerto de Southampton cogimos el barco para ir a Nueva York.
— ¿Qué vestido te vas a poner para la cena con el capitán Smith?
—El vestido de ámbar—contesté mientras me peinaba ante el espejo del tocador.
—Quizá le quedaría bien esto— me entregó un estuche de terciopelo negro.
Lo abrí y vi la joya. No eran unas impresionantes esmeraldas ni un llamativo collar de rubíes. Era una exquisita joya, tallada por manos artesanales. Una ninfa dorada y etérea surgía de unas aguas de nácar. Las alas, finas y delicadas como las alas de una libélula, eran de brillantes colores, rojo, azul y verde. La cabellera ondulada parecía moverse alrededor de un dulce rostro.
En aquel preciso momento, creo que me enamoré. Era el catorce de abril de 1912 y navegábamos a toda máquina por las gélidas aguas del Atlántico hacia Nueva York.