Hace
mucho tiempo vivía un gran sabio en la montaña. Dormía en una cueva, vestía una
vieja túnica, se alimentaba de los frutos del bosque y bebía agua de un arroyo
cristalino.
La
fama del hombre sabio se extendió por la comarca y muchas personas venían para
consultarle sobre diferentes cuestiones y sus respuestas eran siempre sagaces y
prudentes.
Un
ejército extranjero empezó a asolar la región, destrozando poblados y cosechas,
la gente huyó hacia la montaña del hombre sabio, buscando su protección y sus
consejos.
Cuando
el jefe supo de la fama de la sabiduría del anciano, quiso conocerlo. Se plantó
ante él con su armadura, vencedora en mil batallas.
--Tengo
tierras, riquezas y mujeres que he conquistado con mi fuerza. ¿Qué tienes que
decir a eso?
--Nomeolvides.
--He
vencido en mil batallas. Los hombres me temen y las mujeres me obedecen. ¿Qué
tienes que decir a eso?
--Nomeolvides.
El
guerrero sacó su enorme espada y de un solo tajo le cortó la cabeza al anciano.
Luego
se marchó y la gente del pueblo entre sollozos enterró al hombre sabio a la
entrada de su cueva. En su tumba empezaron a crecer delicadas flores de color
azul.
--Nomeolvides—murmuraban
los habitantes del lugar y explicaban una y otra vez la historia del hombre sabio,
sus enseñanzas y sus consejos.
Cuando
el guerrero dormía en su cama, tres de sus generales le atacaron y le cortaron
la cabeza. Luego se repartieron sus riquezas y sus tierras. Y su nombre
desapareció como la arena en el desierto.
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